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sábado, 17 de abril de 2010

Los rayos de sol dibujaban líneas horizontales sobre su cama, y la claridad de la luz revelaba una mañana limpia, cálida y despejada. No había nada que hacer. No tenía un plan, ni un horario, y una sensación agradable de adormecimiento le anestesiaba, y le permitía yacer cómodamente sobre las sábanas finas, pero confortables. La claridad inundaba su mundo en ese momento. No existía el color. Todo era blanco y nítido, y la luz hacía dibujos ondulados entre los pliegues de las sábanas. No existía el tiempo. Tenía toda la eternidad a su disposición. Puede reanudarse la marcha de las horas tan pronto sea requerido, o simplemente con quererlo. Todo formaba una sola sensación. Limpieza, claridad, eternidad y calidez. Un ambiente inalterable y amplio, pero acogedor. Se encontraba en ningún sitio, y en ningún momento. No es posible distinguir el sueño de la realidad. No hay diferencia entre el producto de su mente y la percepción de sus sentidos. Nada puede alterar su situación. Todo es todo, nada es algo por sí solo. No hay elementos que compongan una realidad, porque todo es una sola cosa. Se sentía bien, sin darse cuenta.

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